El callado


Nació sin decir una sola palabra.

Bueno, sí, como todos, pensará usted agraciado lector, pero es que él no dijo nada de nada, ni una onomatopeya, una interjección, un signo de exclamación. En el acto del nacimiento a la vida y sus postrimetrías no emitió absolutamente ningún sonido.

Eso sí, gritó con todo el cuerpo. Fue así nomás, no había forma de ignorarlo, un estallido de confusión e incomodidad en su cara, gestos dibujados como un libro abierto que no admitían analfabetismo alguno. Las manos apretadas buscando la fuerza que todavía no tenía, las piernas revoleadas de un lado a otro con la agilidad de una calabaza hervida. Un par de enfermeras se taparon los ojos, aturdidas. La partera se contuvo y pudo mantenerse concentrada en su trabajo luchando duramente contra el ruido brutal de aquella visión. Pronto consiguió tapar el niño con una sábana y el ambiente volvió a relajarse en la sala de aquel hospital. Acomodaron al niño sobre el pecho de su madre, y el saludo de un hola diminuto que ella exhaló a modo de bienvenida y suspiro fue el sonido que rompió aquel silencio de zumbidos maquinarios.

Sumergido en su mudez voluntaria creció el niño. No había trauma en su silencio, no había represión ni dolor o incapacidad. Sólo había ausencia de palabras.

Con el tiempo el nombre elegido por sus padres fue olvidado y la gente se acostumbró a llamarlo Otorga.


(¿continuará?)

Publicadas portinch a la/s 2:44 p.m.  

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