El joven Otorga

(continuando)

Viéranlo a Otorga sentado al piano desplegando toda la potencia de su música. No, claro, no suena el piano, ¿qué esperaban acaso? Es otra de sus peculiaridades, apenas roza las teclas, las negras y las blancas por igual, un toque mínimo imperceptible para las cuerdas que aguardan tensas el golpe del martillo en el interior del instrumento.
Pero no hace falta más que mirarlo para percibir toda la melodía, una suave introducción que se dibuja en sus cejas enarcadas, los labios apretados en un estribillo pegadizo, los hombros levantados en un sinfín de acordes que van y vienen.

Pero siempre el mismo final. Alguien golpea la puerta e interrumpe la sinfonía de silencio que improvisaba el buen muchacho. Una y otra vez es ella quien aguarda impaciente tras la puerta. Elvira, la vecina vieja y sorda como una tapia que viene a pedir que bajen el volumen.

Otorga baja la vista pidiendo disculpas y se echa en un sillón a leer un libro con su imaginación en mute.


Publicadas portinch a la/s 3:27 p.m.  

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