Caries mental

En mi última sesión de terapia por cuestiones odontológicas personales y un sueño mandibulístico que me contó una amiga cumpleañera la temática dental tuvo un auge muy particular. Recordé entonces un viejo texto que había escrito hace muchos años. Cuando lo escribí era bien nuevito. Lo empecé a eso de los 18, y me decidí a no tocarlo más en febrero del 98, según yo mismo consigné al final del texto. Lo recuerdo como la primera prosa en estilo pseudo poético (o pretendidamente) de mi autoría que me gustaba en aquel momento. Es una linda sensación esa de quedarse satisfecho.Incluso cuando reconocemos repeticiones, errores de puntuación y lugares comunes, por ejemplo. Hay algunos textos que salen así, para desarmarse un poco uno. Mirarse un rincón de esta manera, y sentirse conectado más allá de la gramática, y quizás a través del tiempo, es una sensación de lo más placentera.


Mi error y yo

¿Nos contentamos con dejar sombras como huellas, o somos de apretar los dientes con fuerza para dejar un buen sello de nuestros colmillos? Porque definitivamente mientras hay mordidas que se oxidan con el paso del tiempo y su rocío, hay algunos que saben clavar memorias como viajes de ida que no permiten ni el más mínimo desconcierto de su sentir. Yo sueño con poder algún día armarme de coraje y aliento para recitar una buena herida en tu cuello.Los trenes no son de equivocar su estación; yo en cambio tengo un ritual de pifia de destino mezclado con una tozudez digna del burro más terco que se haya visto en fábula alguna. Soy capaz de desearte feliz cumpleaños en tu funeral, de soltarte la rienda cuando estabas por galopar y hasta de sacarme las medias con los pies sucios y fríos cuando te tengo en mis sábanas por primera vez. Todo como parte de una esencia que me patea siempre las ganas de entregarme a esos momentos de glorias repentinas donde hasta el recuerdo del momento se queda corto frente a la música que explotaba el pecho. Tengo pensamientos estrechos de consecuencias, una carencia importante de adelantos precisos y un ritmo de balada para las corridas. Pero igualmente soy de echarme en cara mis sonrisas, puedo esmerarme con esmero superlativo en dedicarte todas las letras que se me ocurren, y hasta me animo a tallar un par de garabatos inventados para adornar mejor tu nombre. Pero al final de la palabra más sentida no siempre anida el sentir. En la mismísima punta de mis dedos es el lugar que recomiendo que espíes para encontrar mi mejor verso. En el ínfimo roce de tu piel. Ahí soy de enmudecerme a los gritos y sacar los colmillos bien afuera con la mayor dulzura que mi torpeza me permita. En el trayecto del colectivo a la puerta de mi casa (que no es el mismo de noche que de día), me vengo preguntando qué cosas realmente me satisfacen. Un gol de cabeza, un pelotazo a la ventana, un ritmo hecho con sangre en los parlantes, entonar pasos en la vereda silenciosa. Firmar con mi boca el papel intenso de tu cuerpo.
Entonces vuelvo a interrogar ¿Dejamos huellas de tizas de colores o salivamos la indiferencia con un buen rayar de dientes afilados? Porque ojo que no es lo mismo digerir los buenos momentos que masticar las horas infinitas de cada día. Algunos prefieren entablillarse la dentadura ante la menor caries y llamar al doctor del corazón para que les acune la impaciencia. El problema lo tienen por las mañanas. Ahí te quiero ver con un par de dientes entablillados, un despertar de miedo vendado y los ojos contra el techo. Creo que al final prefiero clavar un par de dientes en la almohada mientras duermo y levantarme pensando en ella, pero dejando filtrar durante un rato alguna nube por mi boca o por la persiana del cuarto, que en este caso viene a ser casi lo mismo, para que de esta manera el día no tarde demasiado en empezar.


(Febrero 1998)

Publicadas portinch a la/s 5:09 p.m.  

0 comentarios:

Publicar un comentario