El victimante

Sigo revisando cositas viejas, y encuentro algo que me divierte leer. Soy un aparato, eso lo sé, pero no sabía que lo era hace tanto. =)



El auto contra mi

De chico iba fabricando juegos por la calle. No pisar las líneas entre las baldosas, llevar una piedra pateándola a través de cuadras y cuadras, desafíos al cruzar a ver si alcanzaba la vereda antes de que aquel auto pasara una línea imaginaria que marcaba en mi cabeza, o lo que fuera que se me ocurriera en el momento. El simple acto de pasear se transformaba mágicamente en una travesía plena de obstáculos a atravesar y proezas que lograr. Cada paso encerraba la posibilidad de una hazaña, me permitía elevarme a la posición de héroe de la caminata ciudadana de cada día.
Lo curioso de estos juegos infantiles que llenaban mis paseos en aquellos tiempos era que de alguna forma siempre me las ingeniaba para perder. A último momento conseguía inventarme una excusa casual que me detuviera antes de superar la velocidad del auto a vencer, me las arreglaba para sembrar la duda sobre si algún paso no había tocado mínimamente (pero lo suficiente para sellar mi derrota) la línea entre las baldosas, o erraba el cálculo al patear la piedra o la chapita de gaseosa y terminaba tirándola hacia algún lugar desde donde se volvía irrecuperable. En el peor de los casos mi ingenio no tenía límites, y siempre quedaba la alternativa final de modificar las reglas de manera tal que solamente pudiera perder. Eran pruebas que yo podía ganar, que buscaba volver más y más difíciles para agregar más emoción pero a la vez me obligaba a mantenerlas dentro de lo alcanzable, para que luego no hubiera excusa en la derrota. Y sin embargo hacia ahí me dirigía una y otra vez, como un destino que me creía tan insalvable que acababa por hacerlo propio aún contra su voluntad e incluso la mía.

Hoy caminaba hacia la parada del colectivo y en un momento cruzando la calle veo que un auto se acercaba en la dirección que yo venía. De la nada surgió la vieja prueba: alcanzar la vereda antes que el vehículo aquel cruzara la línea imaginaria que yo marcaba de una vereda a la otra. Avanzaba con paso firme y estaba muy claro que llevaba una buena ventaja como para ganar sin demasiado esfuerzo. Ante esta certeza decidí aminorar la marcha.
Como era cómica y trágicamente de esperar, perdí. Y no porque no alcanzara antes la vereda.
No, no fue eso. Llegué un segundo antes que el auto pasara la marca señalada.
Lo que sucedió es que a último momento recordé la regla que había pasado por alto tan torpemente: para que se considere que había llegado a la vereda tenía que pisarla con el pie izquierdo. La mala suerte me empujó a la perdición, y a pesar de que quise rearmar mi andar a mitad de camino, sabía también que estaba prohibido frenar la caminata para cambiar el ritmo de mis pasos y llegar con el que me daría la victoria al instante.
Y así fue que mi primer paso en la vereda fue con el pie derecho nomás. El mínimo instante entre el primer paso y el siguiente le permitieron al coche vencerme.
Todavía hoy persiste la capacidad de idear reglas que me vuelvan inminente la derrota. Hay mucho de ingenio y rapidez en esto, una habilidad poco usual de la cual no sé del todo si sentirme su orgulloso dueño o su pobre y desgraciada víctima.


Publicadas portinch a la/s 1:26 a.m.  

0 comentarios:

Publicar un comentario