Aviones, océanos, hogares


Tengo una amiga que se llama Jade. Vive en EE.UU., en el estado de Nueva York, al norte, donde hay mucha nieve en el invierno y también hay muchos árboles. Cada tanto puede contarme cosas como que encontró un arroyo que no había visto antes, que se metió en un bosque por primera vez o que tal día aparecieron tres venados caminando por su patio.

Charlar con Jade, generalmente vía mail, muy cada tanto por teléfono, es como conversar con el personaje de un cuento que me gustaría haber escrito. Hace poco se largó a escribir y me decía:

"Probé un juego. Metí diferentes objetos en una ecuación. La pregunta era, ¿cómo me siento acerca de algo de acuerdo con su permanencia? ¿O la falta de?Por ejemplo, mi familia se siente fragil pero segura, en el sentido de que es algo que probablemente va a estar ahí una buena parte de mi vida salvo que haya algún accidente raro. Así que puedo estar mucho tiempo sin verlos, pero cuanto más vivo, más complicado se hace darlos por sentado.Mi gata es mucho más conmovedora. Ya vivió unos tres cuartos de su vida, así que cada experiencia con ella es valiosa. Sé que es una gata salvaje, y cualquier día puede ser el último que juegue con ella."

En mi balcón hay muchas plantas que son de un vecino que se mudó. El portero me pidió dejarlas en el balcón hasta que las puedan venir a buscar. Cuando las trajeron fue justo una semana muy lluviosa y no tuve que preocuparme por regarlas. Hace poco las empecé a ver amarillas, secándose, y cuando me crucé con el portero les pregunté si al final las iban a dejar acá como ya suponía. Me dijo que no, que uno de estos días van a venir a buscarlas. Esa misma noche las regué todas. Lo sigo haciendo desde entonces.

Esa misma noche en que regué las plantas fue la última noche que vi a mi amigo Nicolás antes que volara de vuelta a Alemania donde está su vida en este momento.

Hoy voló hacia España mi amiga Gala, siempre cargando tantos hogares en las manos.

Releyendo el mail de Jade, pensaba en los tiempos, las permanencias, esas seguridades que no existen. Atesorar cariños con la seguridad del párpado que ya ni necesita pensar: cuando abra los ojos nuevamente, todo va a seguir ahí.

Todo parece tender hacia la búsqueda de equilibrios. Construir espacios firmes aunque no lo sean, piedras en el arroyo donde pisar, troncos flotantes donde al menos detenerse un rato para un nuevo impulso. Como una entropía en miniatura, hay un movimiento permanente. Los afectos, los proyectos, los compromisos, sirven de dirección, puntos cardinales, plataformas de lanzamiento. El resto es un salto y malabarismo puro.

Hay momentos en que tenemos algo realmente en las manos, masomenos firme, palpable. Pero son segundos. Apenas un instante antes de que vuelvan al aire, a donde pertenecen.

Nos queda acompañarlos en su propio vuelo, buscar seguirlos en su propia dirección, su propio salto. Atesorarlos con la mirada, aunque ciega, en el silencio.

Publicadas portinch a la/s 1:29 a.m.  

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