Jingle bells

El último, el primero

Ella simplemente no llora. Hilos de agua destrenzan su ánimo y el lujo de las lágrimas es uno que no puede permitirse. Apenas tomarse las manos frías, acariciarse ella misma esta ausencia que la distrae de todo aquello que espera alrededor. Apoya la boca contra el espejo roto en la pared, fragmentos de frío que la devuelven desarmada. Besando fantasmas que sólo en sus labios toman vida y simulan respirar entre jadeos de esperanza perdida.
Se reconoce inexistente para esa realidad que no puede dejar de observar. Quiere arrancarse los ojos, masticarlos, fundir esas imágenes distantes; hacer con ellas un fuego que derrita esta despedida helada que se le impone.
Los otros sí pueden llorar. Las lágrimas que ellos desnudan riegan su ayer, huellas de un pasado que en unos instantes se le ha vuelto ajeno. Ella ignora en su piel la longitud del camino nuevo que la provoca y espanta por igual. Las rodillas tiemblan, inventando danzas que alejen el silencio. Pero sus pies saben bien, con ese saber inmediato e indudable de los sueños, que llega el momento de otro paso hacia delante. Siempre fue así. Y es su tarea reconocer este segundo que le grita movimiento, como un temblor que resuena desde su interior hacia la tierra toda.
No es una lágrima lo que brilla sobre su rostro. Ella simplemente no llora. Es el reflejo del sol de medianoche que despeja algunas nubes sobre su piel.
Hoy su nombre es Lejanía. Pero eso también va a cambiar pronto.


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Publicadas portinch a la/s 1:29 p.m.  

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