algo más.

Entonces con mi amigo nos quedábamos ahí sentados en la entrada del edificio y mirábamos al tipo ese que le gritaba a la pared, sacado, desesperadamente. Casi como si fuera a llorar, chiflado por completo, haciéndole gestos a la nada, agarrándose la cabeza y de vuelta a echar todo tipo de gritos. Como esos tipos en las películas que ensayan algún diálogo contra el espejo, solo que mucho más dramático y en lugar de un espejo contra el costado de un edificio.
Lo nuestro era una mezcla de pena y risa, porque a veces lo impensado de lo triste alcanza para arrastrarnos hacia el humor. Fueron por lo menos cinco, quizas diez, o quince minutos; y eso desde que lo encontramos al volver del kiosco de la otra esquina. Finalmente hizo un último gesto, se tapó la cara con las dos manos, giró y se fue caminando con la frente baja, más que marchita en todo caso diría podrida, por lo menos arrancada.
Mientras mi amigo enfilaba hacia la puerta de la casa, la curiosidad me llevó hacia el lugar donde había estado el tipo.
Fue entonces que vi las lágrimas. Ahí bajo la mínima luz de uno de los faroles de la calle. Derramadas por dos ojos que todavía contemplaban la nada, ahogados, ajenos a todo. Dos ojos asomados por una mínima ventana, no más grande que un porta-retratos, casi como una rejilla contra la pared. Tan pequeña que nunca la había notado, tan ridícula que nunca la podría haber imaginado.
En el momento no dije nada, no pensé nada, solamente se me soltó el hilo que unía la escena con el humor, y volví a la casa. Hoy recuerdo ese momento y pienso mierda, la perspectiva eh, es así nomás, lo que es la perspectiva.


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Publicadas portinch a la/s 9:43 p.m.  

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