Un poco de bla bla

(Ni día ni noche. El nombre de este espacio temporal único fue sugerido tan involuntaria como gentilmente por mi amigo Nicolás, de nataniel.blogdrive.com)


Un momento

El viejo molino respiraba el perfume de la noche como quien reconoce la fragancia del lecho en que nació. Las aspas giraban al son de la leve brisa nocturna, dibujando en la nada círculos invisibles que ninguna mirada alcanzaba a completar. Bien pudo ser al borde de un arroyo, en el medio del Sahara, sobre la roca más alta del Everest. Nadie estaba ahí para escuchar aquel grito. A nadie le pertenecía aquella voz que retumbaba en la oscuridad, como azotando suelo y paredes por igual. Dibujando ecos imposibles contra las pequeñas piedras del camino, escudándose en el reflejo de las estrellas. Duró apenas unos segundos, pero fue suficiente para estremecer por completo la quietud de la madrugada.
El día que se acercaba lentamente detuvo su marcha. La noche quedó presa del pánico. A lo lejos, la luna buscaba la forma de alejarse lo antes posible. Lentamente se llevaba la noche consigo.
Pero el sol permanecía inmóvil, aterrado aún y sin ninguna intención de reiniciar su travesía cotidiana. El temblor de sus llamas le impedía reaccionar. Y en aquel paraje, el molino adivinaba que algo único estaba por ocurrir.
Nadie había escuchado el grito, y nadie estuvo presente tampoco para medir el tiempo que transcurrió desde aquel sonido y los hechos que sucedieron sobre el escenario del tiempo y el cielo. Para el arroyo, el tiempo siempre es uno, un instante que a la vez huye y se persigue, un momento que es tan eterno como efímero. Para el camino, el tiempo son huellas que se borran.
A su propia manera, sin medida, prisa ni demora, el tiempo continuó transcurriendo y la noche fue desvaneciéndose, cobarde y precisa, esclava poderosa.
Pero detrás de la noche no llegó el día. Un vacío tomó forma en paisaje, o tal vez el paisaje se deformó en el vacío sin noche ni día.
En la ausencia del sol y la luna, de la penumbra y la claridad, surgió el tribuloso.
El molino fue el primero en descubrir aquel momento que se acercaba cubriendo sin dudas el cielo, la tierra, el fondo del arroyo y los escondites de los caracoles. Con sus aspas saludó la llegada del recién nacido. Luego el camino, el arroyo, el lugar entero dio la bienvenida al tribuloso.
Que llegó, tomo una gran bocanada del grito sin dueño, y luego se evaporó para siempre.

Publicadas portinch a la/s 6:34 p.m.  

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