Clavos


Salimos de la ferretería y él llevaba el paquete en la mano. Yo no entendía nada, porque no podía, era chico, y por que no quiero haberlo entendido entonces. Si empiezo a verlo como algo claro, empezaría a darme pánico el ahora, perder esta sana confusión, la sensación de estar perdido, ajeno, que me mantiene al margen de los genes. Quizás porque si acepto que preveía la tragedia sentiría que le abrí las puertas.

Mi viejo me tomó de la mano para cruzar la avenida grande. Siempre lo hacía. Estaba entusiasmado, caminaba apurado y yo tenía que apurar las piernas para seguirle el paso.


Finalmente le pregunté para qué era, y él me miró con lástima, o no, quizás con asco, una lástima asquerosa, decepción insoportable que quizás le partía al medio su última esperanza, la expectativa inútil y tan pero tan mentirosa que lo había mantenido en pie hasta la casa. “Sólo dos tipos de persona compran un martillo como éste, vos sabrás entender”, me dijo como si yo tuviera su edad, más bien como si él tuviera once años y estuviera sobrándome, pero desde mi misma estatura, no desde arriba. Porque sobrar al que está abajo lo hace cualquier gil, pero pisotear al de al lado, eso no es cosa de cualquier hijo de puta. “Sólo dos tipos de persona, ¿sí? Y yo no soy carpintero, eso lo sabés muy bien”. Yo lo sabía, pero igual no me puse a llorar, aguanté todas las lágrimas porque se me chorreaban los gritos y tenía los dedos como humedecidos pero sólo de transpiración. Eran nervios porque ahí sí que entendí – ya podía hacerlo, porque se trataba sólo de asumir lo inevitable, algo que ya había tomado forma. La culpa era ajena, y a mi me tocaba el dolor que era la parte fácil del asunto. Entendí entonces, sí, pero los ojos los guardé bien secos; secos, que casi ni parpadeé en lo que quedó hasta que papá empezó a dar golpes con su nuevo juguete, como abriéndose el paso a través de la pared que él mismo se había construido encima, y a martillazo limpio se hizo esta noche que no la amanecemos más ni con diez soles; pero quizás con una vela, como un apagón, que involucione todo, para siempre, y volver atrás y olvidarnos del resto, sólo buscar la luz, la última, la que era primero, esa que quizás con una vela, tal vez sólo con esa llama alcanza y a otra cosa.




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Publicadas portinch a la/s 3:12 p.m.  

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