Dos pensamientos dos

1.

Hacer trámites burocráticos es lo más parecido a la penitencia de la niñez. Uno crece y ya no tiene quien lo rete, pero tiene que renovar documentos, hacer cambios de domicilios, transferencias de cosas, y todo eso.
Igual, hoy comentábamos con mi padre al compartir un tramiterío de esos afortunados sin sobresaltos devastadores - los sobresaltos siempre son devastadores en estas cosas, lo máximo que puede haber de gratificante es que a uno le digan "no la fotocopia del DNI no hace falta, guardátela", pero nunca un "no te preocupes esto te lo damos ahora mismo, no tenés que volver en una semana"; o "el arancel es de 10 centavos, guardá ese billete" o acaso "Esa cola es opcional eh, si querés decime tu nombre que yo te lleno todos los formularios y si me das tu número de teléfono le digo a mi hermana de 21 añitos que te invite a tomar un helado que ella recién llega del interior, es alta flaca pelirroja de pelo cortito y anda un poquito ninfómana pero con ganas de armar una pareja estable" -; en fin, lo que decía, comentábamos que la sensación en estas situaciones es muy parecida a la de los exámenes en época de estudios.
Uno llega con ciertos datos y papeles a mano, porque uno sabía más o menos de qué se trataba el desafío, pero siempre puede haber algo nuevo que nos descoloca, o algo que olvidamos. Entonces te van exigiendo de acá, de allá, uno saca papeles, firma, completa datos, todo parece estar en orden pero no te confiás porque el cachetazo puede llegar en cualquier momento, uy hacía falta una constancia de CUIL bueno pero acá abajo en el locutorio la puedo conseguir que es un poco como machetearse y entonces llega el momento en que entregás todo y van los sellitos y te dicen bueno ya está gracias y uno empieza a respirar profundo, y te vas del lugar con una música gloriosa de éxito a lo John Williams, sabiendo que quizás algo pueda fallar en lo que queda de trámite que nos excede, pero que por lo menos ya cumplimos con lo que podíamos.



2.

Iba a mi clase de guitarra con mi instrumento - la guitarra, o sea - colgando a mis espaldas. A mi me da un poco de vergüenza porque voy por ahí y a los ojos de un extraño debe parecer "uh este flaco es músico, mirá vos", y yo en realidad no paso de un par de acordes y arpegios simples. Y es ridículo que me dé vergüenza, pero yo soy así, vergonzoso y ridículo en cantidades inconmensungurables.
(la palabra inconmensurables siempre me llena de ganas de deformarla y estirarla justo después del "mensun")
Entonces se me ocurrió - mi ingenio también es desproporcionado, ojito al mojito - que deberían hacer unas correas para llevar la guitarra de distintos colores que funcionen como los cinturones de karate.

Así yo podría ir con mi estuche de guitarra con la correa blanca con una o dos linitas amarillas y listo, así puedo perseguirme idiotamente con alguna otra excusa.


Publicadas portinch a la/s 4:51 p.m.  

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