Síndrome de paranoia psiquiátrica

Escribía recientemente un mail de interesante comunicación epistolar y en eso se me apareció en el relato una anécdota de hace un par de años: Resulta que en una época de vacas flacas anímicas le contaba a una amiga como durante un viaje en colectivo había sonado no recuerdo qué tema en mi reproductor de mp3 (casi apostaría que era 'Los días por llegar' de Flopa-Manza-Minimal) y que en medio del bajón reinante se me abrigó el cuerpo todo como de una enorme felicidad de estar vivo.
"Uy, sos bipolar", sentenció o más bien diagnosticó mi amiga.

Pensaba entonces cómo es que con el tiempo la psiquiatría se nos ha metido hasta en la sopa y ahora tenemos etiquetas psiquiátricas para todas las emociones que nos vayamos cruzando al andar. Charlando luego con una amiga notábamos incluso la evolución de algunas de ellas. Como el cansancio por el trabajo se oficializó como stress, luego el agotamiento mental amenazaba con provocar un surmenage. La tristeza se hizo depresión, de cagón o histérico pasé a fóbico, de impaciente o calentón me convertí en un sujeto con baja tolerancia a la frustración, los niños en lugar de hinchapelotas empezaron a andar con el síndrome de déficit de atención y la hiperactividad a pleno.


Quizás en un futuro no muy lejano para declararnos a una chica le contemos que estamos con la ansiedad emotiva alzada, con un ataque de interés posesivo de tercer grado, un alto deseo de reafirmación del ego en su rol de conquista o hasta le podemos revelar un preocupante estado de pensamiento recursivo con fijación en la muchacha rayano en la obsesión; acompañado de un intenso y concretísimo empelotudecimiento.


Si a la chica le gustamos nos zampa un beso de esos atómicos - ¡el romance no ha muerto! - y si no corresponde nuestro sentir nos ofrecerá generosamente una pastillita que nos haga pasar pronto el trago ordenando semejantes desmanes psicológicos.




Me dormí, otro día sigo.

Publicadas portinch a la/s 11:53 p.m.  

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