Yo no hablo de la muerte, no.

Es de noche, y a veces veo las sombras alrededor y me da miedo, en el ropero, por el pasillo al que da la puerta, todas esas figuras que se van formando, la sensación de que alguien ahí aguarda, espía, acecha.
Entonces si me dejo llevar hay veces en que no tardo en llegar al tema de la muerte, y ya es difícil despegarse. El asunto llega a mí como una red pesada, cosida de cadenas que no sueltan y aplastan.
Ayer pasó algo más. Me desperté en medio de la noche, me levanté a chequear una cosa en el cuarto de al lado, y cuando volví me llevé puesta una silla donde había un ventilador. El ventilador se cayó, traté de atajarlo y no pude. Después lo levanté, lo puse sobre la silla. Tardé unos momentos en sentir que había un cierto olor a quemado. Y otro tanto en notar que se había cortado la luz.
Busqué una linterna, y ahí confirmé mi sospecha de que había saltado la térmica.
Resulta que al caer el ventilador había tironeado el cable del enchufe, y se había soltado. Se ve que en ese soltarse se tocaron las puntas e hizo corto.
Cuando me acosté de nuevo, me quedé pensando en la patada que me podría haber dado si al intentar atajar el ventilador tocaba los cables.
Después pensé, y si quedaba pegado y me moría. No en tono dramático o de "oh milagro, de la que me salvé". Sólo boludeando, digamos. Pero ahí me imaginé algo.
Que la realidad a veces depende de cosas mínimas. El peso de un dado, esa mínima fuerza de más que le dimos y hace que gire lo suficiente para caer de un lado. Ese movimiento que no calculamos, esa porción milimétrica de toda acción que no se puede llegar a calcular. Ese margen que a veces se llama azar.
Pero esa dependencia de lo inconmensurable, puede que varíe. Esta es la idea. Esos pequeños márgenes ramifican lo que percibimos. Lo que llamamos realidad. Al atajar el ventilador, hubo un movimiento que yo no percibí, pero que sí hice, en que toqué los cables. En que morí. Ese movimiento que empecé, pasó por una línea tan fina que dividió la realidad, abrió otra línea; a una rama en que sí toqué el cable y morí, y otra - de la que me quedé con esta consciencia - donde no pasó nada más grave que yo un rato insomne pensando pavadas.
No es todo el tiempo, pero cada tanto pasa eso. Momentos en que morimos. Pero nosotros llegamos hasta acá, entonces por ahora nos tocó quedarnos siempre de este lado. La consciencia, o este cierto registro que tenemos, permanece, sobrevive.
Me preguntaba si será siempre así. Si habrá una muerte donde ya me toque ser la consciencia que queda en el camino, en lugar de la que continúa y puede preguntarse "y si pisaba esa madera rota y caía para el otro lado". O si en todo caso hay finalmente una muerte insalvable, donde ya no es una pizca de azar la que la dicta, y no hay forma de sortearla. Pero entonces, ¿habrá otra forma de continuar? Me gustaría pensar eso. Creer que las realidades siguen abriéndose. Y que quizás no sea en esta forma, pero que hay otra forma de permanecer, de seguir, de atesorar, de guardar mi vida a la que no puedo dejar de aferrarme.
Que tan en claro siento que no quiero irme, che.

Publicadas portinch a la/s 5:26 p.m.  

4 comentarios:

Paula Ventimiglia dijo... 6:12 p.m.  

wow 0_0

Anónimo dijo... 9:32 a.m.  

Por las dudas no veas "Six feet under" antes de dormir.

Mily

Maruja dijo... 6:26 p.m.  

Te juro que no pude dejar de pensar -salvando las distancias en cuanto a la esencia de tu planteo- en Match Point mientras te leía...

tinch dijo... 12:50 a.m.  

Ventimiglia: ¡un comentario de la dibujante acuarelosa! wow (carita)

Mily: es bastante cínica toda esa serie ¿no?

Euge: la pelotita de este lado, la pelotita del otro. sí, ejasí.

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