Estado del tiempo Seguía con entusiasmo casi absurdo a la única nube en el cielo. Así de reojo, tímido y un poco inútil, le rogaba una lluvia al menos pasajera, de equipaje en mano y los ojos ansiosos atentos a la próxima parada. Quería mojarme esta camisa de colores que fue perdiendo el tacto. Quería escucharte reír y escucharte bailar toda una tormenta de verano, con el viento haciendo eco en tu vestido. Esperaba un trueno vistoso que me sacudiera, un estallido estúpido que debía descoser de una vez el último botón. Ese que aún con la camisa en el piso permanecía aferrado a su ojal, imbatible y odioso. Y mientras soplaba todavía el revuelo ínfimo de alguna nube propia, con apenas una pobre negrura compartida, pretendí convencerme de que al fin reinaba la desnudez.

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