Y es que ella.

El gato iba a buscar su comida con esa parsimonia tan propia de los felinos. Ella lo miraba desde el sillón, sin prestarle mucha atención, casi como acompañando sus pensamientos con la imagen de las cuatro patas moviéndose sincronizadamente. Tampoco es que pensara demasiado. Lo que poblaba su mente era casi como un suspiro de ideas, mínimas corrientes de viento que se filtraban entre las neuronas haciéndolas chocar entre sí suavemente hasta provocar un diminuto tañido.
Cada tanto la sensación de agotamiento regresaba al sillón y entonces ella reaccionaba veloz ocultándose tras sus párpados.
En un momento abrió los ojos y se encontró con el gato sentado a su lado.
- Se está haciendo tarde, señorita. - dijo el gato sin sonreír.
Ella volvió a cerrar los ojos, y enroscándose sobre sí misma se pasó las manos por el pelo hasta juntarlas en la nuca.
Antes de dormirse alcanzó a escuchar al gato susurrarle:.
- Dulces sueños.


Publicadas portinch a la/s 3:13 p.m.  

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