Dubidú


Oscar se frotó la nariz y luego se miró la mano para comprobar que estaba manchada de un rojo carmesí. Sacó un pañuelo blanco del bolsillo y se tapó el rostro con él.
- ¿Cuánto tiempo te dura eso? – preguntó Clara.
- Unsmints – respondió él al tiempo que presionaba el pañuelo y torcía la cabeza para detener la hemorragia.
- ¿Qué tenés ahí en el codo? – indagó ella una vez más.
Oscar movió el brazo libre para observarse. Nuevamente el color carmesí sobre su piel, avanzando ahora en descenso desde el codo hacia las axilas. Rápidamente bajó el brazo para desviar el afluente hacia la mano y no mancharse la remera. Cerró el puño y sintió el calor pegajoso que intentaba filtrarse entre sus dedos.
- Uh, te abriste la cascarita que tenías... – concluyó sabiamente Clara, a lo que él respondió en silencio poniendo los ojos en blanco. Después aflojó un poco la presión del pañuelo para poder hablar sin obstáculos.
- Buscame en el ropero del cuarto un pañuelo limpio, por favor.
Clara partió a cumplir con el pedido. Apenas abandonó la sala, Oscar apoyó lentamente la espalda contra la pared. Enseguida notó una puntada tan sorpresiva como intensa a la altura del homóplato derecho. No tardó en identificar el dolor como el de un grano reventado en pleno esplendor, y se movió automáticamente hacia delante como si hubiese rebotado. Al agitar el brazo herido en una reacción de dolor salpicó el suelo dibujando diversas formas que fueron rápidamente absorbidas por la alfombra marrón que cubría la sala. Oscar notó como la espalda de la remera se empapaba rápidamente con un delgado afluente que brotaba sin tregua de la diminuta herida.
Acostumbrándose al nuevo dolor trató de acomodar el brazo contra el pecho para no ensuciar más la alfombra. La mano que sostenía el pañuelo ahora estrujaba el líquido que chorreaba de su nariz imposible de ser detenido por aquel cuadrado de tela. Sintió que empezaba a filtrarse entre sus labios y debió separar bruscamente el pañuelo y empezó a toser de cara al piso, dibujando nuevas manchas sobre la alfombra.
Empezaba a sentir el tremendo peso de la remera pintada de rojo por completo, un rojo que continuaba su expansión invadiendo sus pantalones de jean. Toda la ropa se le iba pegando a la piel.
- Acá hay un pañuelo pero de esos de vestir, muy canchero... – dijo Clara desde la habitación.
Oscar no le prestó atención, apenas sintió unas articulaciones inconexas de una voz lejana y confusa. Empezaba a costarle pensar con claridad, como si sus ideas también se hubieran volcado fuera de su cuerpo en un pegajoso alud. Con el resto de energía que le quedaba se decidió a ir al baño, algo que imaginó como un destino salvador. En realidad no pensaba tanto en un modo de detener las hemorragias como en la imperiosa necesidad de darse un baño y quitarse de encima toda esa suciedad que lo agobiaba.
Dio un solo paso, extremadamente lento, pero el peso de su cuerpo fue suficiente para que la chinche en el piso se clavara firme bajo su pie izquierdo. Al levantarlo apenas sentido el pinchazo la chinche se soltó y enseguida comenzó a brotar un nuevo río púrpura que no tardó en desplegarse sobre la alfombra.
Cuando Clara volvió a la sala trayendo en la mano un único pañuelo descartable rescatado de un cajón, la alfombra ya no guardaba huella alguna de su color original. El cuerpo de Oscar estaba echado inmóvil junto a la pared, teñida toda su piel de un blanco casi enceguecedor.

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Y es que ella.

El gato iba a buscar su comida con esa parsimonia tan propia de los felinos. Ella lo miraba desde el sillón, sin prestarle mucha atención, casi como acompañando sus pensamientos con la imagen de las cuatro patas moviéndose sincronizadamente. Tampoco es que pensara demasiado. Lo que poblaba su mente era casi como un suspiro de ideas, mínimas corrientes de viento que se filtraban entre las neuronas haciéndolas chocar entre sí suavemente hasta provocar un diminuto tañido.
Cada tanto la sensación de agotamiento regresaba al sillón y entonces ella reaccionaba veloz ocultándose tras sus párpados.
En un momento abrió los ojos y se encontró con el gato sentado a su lado.
- Se está haciendo tarde, señorita. - dijo el gato sin sonreír.
Ella volvió a cerrar los ojos, y enroscándose sobre sí misma se pasó las manos por el pelo hasta juntarlas en la nuca.
Antes de dormirse alcanzó a escuchar al gato susurrarle:.
- Dulces sueños.


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Breve digresión

¿Libre como el viento?

Pero el viento hasta donde tengo entendido es el resultado de la diferencia entre la presión que hay abajo en la tierra o por ahí y la que hay allá arriba por la atmósfera. O algo parecido. El hecho es que de qué libertad hablamos, pobre airecito en movimiento que lo empujan de un lado a otro. ¿De qué libertad me hablás? ¿Sopla porque quiere? Está bien, sí, en la dirección que le mandan él va sueltito de cuerpo, todo así con la boca abierta, pero libertad lo que se dice libertad...

Y claro, es como decía don Zorba, no existe la libertad, sólo cuerdas más largas.




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Status Culo

Estoy vivo, eh.

No se me nota mucho, pero créanme.

Publicadas portinch a la/s 4:02 p.m. 0 comentarios